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jorge camacho

Por amor a defender

Por qué le tengo que escribir al Milán? Directamente no me gusta su fútbol, sus jugadores. En realidad no me gusta el fútbol italiano y todo lo que tiene dentro. Sus tácticas austeras y dictatoriales dan la sensación de que es Mussolini quien está detrás de cada técnico resoplándole al oído cuánta gente debe mandar al ataque.

No hay vida, no hay alegría. Directamente por una razón básica: andan más preocupados porque no les hagan un gol que por hacer uno. Prefieren tirar ocho tipos a proteger el cero en propia meta que salir a tratar de superar la otra inexpugnable barrera que se edifica en el campo de enfrente.

El cero a cero se ha hecho una rutina satisfactoria para los hinchas. Se puede llegar a festejar tanto (o más) un empate sin goles que el triunfo (objetivo implícito de todo deporte).

Y me pregunto: ¿Cómo será la vida de un periodista deportivo italiano? Seguramente los relatores, que en nuestros lados prefieren cantar los goles como punto máximo de emoción de un partido, se sentirán realizados con cantar el “uhhhh”, “casi”, “pegó cerca del poste”. Todo cerca, nada de concretar.

Así y todo: amarretes por culpa de un hallazgo nefasto. El catenaccio iniciado por Helenio Herrera, que luego derivó en el anti fútbol y otros vicios contaminantes de la pulpa del deporte, sirvieron para que el mundo tuviera el lado oscuro del mal.

Así y todo está el Milán en la final de Europa. ¿Por qué? ¿Por qué llegó ahí tremendo equipo sin ambiciones de libertad y disfrute natural de lo que es el fútbol?: por que el fútbol no tiene sentido. No tiene lógica, no es posible suponer que un equipo de primera división venza en todos los partidos a uno de menor nivel. El fútbol está hecho de hombre, y por tanto de debilidades y situaciones.

Este resquicio de duda y flaqueo personal, tan humanizante a la larga, se reduce a niveles insospechados cuando hablamos de Italia. El error propio es un tabú difícil de pronunciar en las canchas y en los programas deportivos; y ni pensar en las cabezas de los equipos. Es más importante no fallar que anotar.

El Milán: de amores rojo y negro

Si me dicen de una: juega el Milán contra un equipo X que no sea italiano ¿Quién gana? Mi corazón marcará un palpitante aliento por X, pero a la larga, las razones atacarán a las intenciones. Seguramente el Milán lo pasará por encima.

¿Cómo? Simple: tiene un delantero eficaz y un excelente pasador de pelotas. Sólo necesitan una oportunidad en todo el partido para ganar. Del cero en valla propia se encargan 9 tozudos protectores defensores del arco personal.

Shevshenko y Kaká (vaya nombrecito) son, a la larga, lo que necesita un equipo para ganar. La misma estrategia usada desde los años 60 continúa dando éxito. Atacar poco y defender mucho.

Mi fútbol, el peruano

Releo una revista vieja celebrando glorias añejas, prendo el televisor y están los videos de siempre: los goles de Cubillas a Escocia, el partido de la Bombonera, el del Centenario, con Francia en el parque de los príncipes y hasta los saltitos de Casaretto contra Brasil.

Y me pregunto: ¿Por qué sigue esto aquí?, ¿Por qué sigo recordando y viendo a las estrellas de antes en la televisión de ahora, los veo flacos, jóvenes, lozanos, limpios y ahora andan gordos, calvos y feos; pero siguen siendo las estrellas del mundial del `70, del subtítulo de la U en la Libertadores del `72 y de los 12 minutos de la eliminatoria del `85.

Y la respuesta se cae por si sola al darle una mirada al partido del domingo, un fútbol sin brillo, sin picardía ni toque que tan famosos nos hizo, en canchas con baches y estadios pelados, árbitros ciegos o más brutos que antes.

Toda esa conjunción forma al fútbol peruano de hoy, aburrido, tosco, torpe, lerdo. Lleno de jugadores que solo buscan figurar en diarios por escándalos de callejón y no por goles de triunfo, por técnicos sin criterio ni capacidad y que viven del mismo verso gastado junto a dirigentes mafiosos que dan la impresión de no tener 2 dedos de frente para ponerse de acuerdo por el bien de todos y del fútbol.

Y veo en los diarios y revistas, televisión y radio el recuerdo constante por el pasado, por una gloria añeja, por un gol cantado y por el triunfo tan celebrado.

Entiendo entonces porque veo las mismas caras sonrisas de siempre, porqué los jugadores de ahora se sienten superiores solo por salir a la cancha el domingo, por llegar al entrenamiento en autos del año y rodeados de periodistas chupa medias, son conformistas, mediocres y poca cosa.


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Y lo peor de todo es que da la impresión de que esta realidad no va a cambiar por mucho tiempo. Esto genera ansiedad en la gente, explica la necesidad de tener que recordar tanto por que lo ahora no satisface a las expectativas; aparecen entonces los ídolos de barro, ilusiones de un día y esperanzas vacías de certeza.

Por eso no vamos a un mundial hace 24 años. Por eso no pasamos a segunda ronda en un torneo internacional y nos conformamos con ganarnos entre nosotros mismos, jugando siempre por el titulo nacional y no por el de afuera, nos acostumbramos a empresarios y dirigentes que forman la mafia que ahora dirige el futuro de nuestro fútbol y que se empecinan en aferrarse a su puesto.

Es ahora que me pregunto: ¿tiene solución todo esto? Yo quiero tener la esperanza por lo que digo: si, se puede, pero con una revolución dirigencial, con una propuesta seria con un trabajo a largo plazo de verdad y sin la hipocresía y el conformismo de ahora.

Ese es, entonces, el fútbol que yo quiero vivir, ya no de los recuerdos sino de la ilusión.

Maradona y el mundo

Para la mayoría de los amantes y no amantes del fútbol, Maradona es sinónimo de habilidad, de astucia, desenfado, vicios y de Argentina. Es justamente en su patria donde se profesa, de manera rutinaria, intensa y ritual, una admiración pasional que ha muchos santos les gustaría recibir.



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Diego en el 81


Las razones para su endiosamiento, paulatinamente acrecentado después de su voluntario-forzoso retiro, son muy variadas y, por no decir menos, dispares.

Así encontramos quienes afirman, desde un punto de vista psicológico, que ven a Maradona como un ser empático, adaptable a una realidad común para la mayoría de argentinos: un muchacho pobre, humilde que “pudo salir de su villa y triunfar afuera, donde los más grandes se estremecían con sus piruetas”.

Esto genera que su vida sea vista como una forma de escape social, una ruta de victoria posible dentro de las pocas esperanzas de progreso dentro de un país (sociedad, continente) roto por la economía de malos años y gobiernos corruptos.

Una manera de verlo, quizá más tradicional o reticente, es la de ser un elemento incomodo, sucio, vil, rudo. Débil ante sus vicios más caros o sus necesidades más pobres, atrapado por sus adicciones en una espiral que, quizá, no se detenga hasta su tumba. Un ejemplo de mala vida y de muerte segura.

Otros lo ven, más entregados a las pasiones más humanas, como un Dios. Elevándolo a figura sobrenatural siendo un ser terrestre, mortal e indefenso, entregado a sus mayores debilidades pero con la capacidad de motivar las mayores alegrías y, porque no, las más hondas penas.

Y es que Maradona rompe el molde “ideal” con el que los conservadores sabían protegerse. Maradona representa, en el fondo a millones de sudamericanos, africanos, asiáticos, etc. que no tienen las posibilidades de disfrutar de lo que hacen, de no poder vivir de lo quieren, de no poder transgredir las barreras sociales sólo con una pelotita. Les da la voz que los representa.

Maradona tiene poder, voz, seguidores, medios y atención. Es amado y odiado, pero lo que es más importante: es polémico y genera una opinión.

No se puede no saber de Maradona, de su vida, de sus expresiones de amor llenas de piquitos, de sus viajes, de sus ridículas estadías en clínicas para tratar sus adicciones, de sus problemas familiares, de su exesposa-esposa, de su amante latina, de las piernas que le cortaron por sus hijas.

Una pasión azul y roja

<center>Una pasión azul y roja</center>

Un golpe en el pecho. Un estruendo que avanza sin lugar. Color y euforia envuelven a una masa. Unida. Derrochadora de energía. Entregada. Única. Pasional. Son pocas pero son las palabras que tratan de representar lo que se respira en la popular de San Lorenzo.

Los colores rojo sangre y azul profundo envuelven los ojos de los visitantes. Atemorizando a los rivales y envalentonando a los más débiles. Entregando el acompañamiento que necesita una institución como la de Boedo.

Basta con recorrer la historia del club para sentir el amor de los hinchas por la camiseta, por lo jugadores emblema como Sanfillipo, el “bambino” Veira, la “oveja Telch, el “pipo” Gorosito entre otros tantos buenos hombres que supieron responder a la historia que les antecedía y que ellos se encargaron de engrosarla.


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Los Matadores del 68


El campeonato del 33, allá por la lejana y mítica época de inicios de un profesionalismo que hoy se ve vendido por el mercantilismo que rodea al fútbol y que conlleva a un terrible estado de banalización: se ha perdido el verdadero espíritu del juego en conjunto. Pero ese es tema de otro día.

El campeonato del 46 marcó un hito en una época de oro puro en el fútbol argentino. La dupla rosarina: Farro-Pontoni-Martino generó una revolución, desde las canchas y en las tribunas. Basta ver en las fotos la exaltantes tribunas dotadas de sombreros de la época, elegantes sobretodos y caballerescos modales que caracterizaban al tablón de la época.

La dupla goleadora del 59 esta en la retina de los más grandes plateístas, aun se recuerdan las cabriolas del “nene” Sanfilipo que llevaron al equipo a alcanzar el titulo con record de puntos de ventaja y de mayor asistencia en un solo campeonato.

Los Carasucias e invictos del 68 forman parte de los recuerdos que cuelgan de las paredes del nuevo estadio cuervo. Un campeonato ganado con la habilidad de un técnico que luego supo darnos alegrías: el brasileño Tim.

Los matadores del 72-74 fueron los artífices de dos hechos fundamentales: el record imbatible del “gringo” Scotta y la construcción de la sede deportiva para los socios. Un aluvión de pequeños cuervos se enrolaron en la pasión azul y sangre.

Los golpes mas duros vinieron luego: la quiebra del club, el remate del viejo gasómetro (convertido en un supermercado) y el mas fuerte de todos: la perdida de la categoría en ese campeonato del 81, ese que tenia a Maradona en Boca arrasando a los rivales.

Pero la grandeza de la hinchada, una muestra de la fidelidad a las tardes de domingo hicieron que San Lorenzo sólo durara una temporada en la B, su gente se porto a la altura: record de asistencia con picos de 40000 hinchas por partido, y pensar que se jugaba en los sábados.

La vuelta en rosario del 95, empapada de lagrimas del “bambino” Veira enternecen y conmueven hasta el mas duro de los incrédulos. Una muestra de ese amor al club se reflejo en las 45000 personas que inundaron en la caravana más grande que se haya visto entre Buenos Aires y Rosario.

El amor entre los hinchas y el club fue, es y será la unión más intima que muchos, por no decir todos, los fanáticos del fútbol podrían tener en su vida.

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